-11.45 h. viernes 5 de octubre de 2007, bienvenidos al aeropuerto de Labacolla, benvidos ao aeroporto de Labacolla, benvigut a l’aeroport de Labacolla, ongi etorri aireportu Labacolla; podía leerse en grandes letras amarillas sobre fondo negro. El panel de recibimiento del aeropuerto compostelano cumplía escrupulosamente en el protocolo con las tres comunidades históricas del estado español.Llovía en Labacolla, como casi siempre, pero Juan Ayaso sabía que esas eran las últimas gotas de lluvia que vería caer en los próximos 15 días, así que no le importó mojarse, apuró las últimas caladas del chester, extendió el asa telescópica de su maleta y se adentró en la Terminal santiaguesa. Pronto localizó su vuelo en la tabla de salidas, IB 565 con destino Barcelona, haría escala en el Prat antes de llegar a El Cairo.
Mientras hacía cola para el mostrador de facturación, apoyado sobre su Roncato azul, Juan Ayaso dejó volar su imaginación y se imaginó en una terraza de El Cairo, charlando con Montserrat Castells, bisnieta del egiptólogo catalán Castells Esplugas.
La imaginó desnuda, eso le hizo ruborizarse. Morena, preciosa, de piel blanca, ojos avellana, deliciosos labios carnosos y de curvas más sinuosas que las de la Ribeiriña; y lo más importante, sensual y dispuesta. La había conocido a través de un Chat, ¿una persona culta escribiendo en un chat?, aquello no le encajaba al poeta padinés, por eso aceptó la cita a ciegas. Además, la idea de un encuentro en Luxor, sobre las ruinas de la antigua Tebas, le pareció de un romanticismo formidable, no podía negarse.
La cola de facturación de equipajes había ido avanzando paralelamente a su lasciva ensoñación, sin que el poeta de Padín se percatase. Juan cuando viajaba solía llevar ropa cómoda, ir sentado más de seis horas en el asiento de un avión con pantalón vaquero era algo cuando menos, poco recomendable. En esta ocasión se había puesto un chándal, lo que pasó después le hizo jurarse a si mismo que jamás volvería a aconsejar a nadie sobre vestuario, al menos para volar.
Cuando la azafata de facturación de Iberia lo devolvió a la vigilia y le pregunto aquello de, ¿Cuántos bultos? Juan se percató enseguida que además de sus dos maletas otro bulto más comprometido brotaba de su entrepierna…, su cara se volvió en cuestión de segundos del mismo color que el capó de un Ferrari …
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