lunes, 29 de octubre de 2007

Un poeta en Luxor. Capítulo II.

-¿De qué coño conosco yo al que ha recojío a la jamona esta?”, se preguntaba Ramón Jiménez, extremeño afincado desde hacía 30 años en Barcelona, residente en Cornellá de Llobregat, españolista y taxista por obligación ya que su sueño de juventud siempre había sido ser torero, después de dejar a las puertas de la Terminal internacional del Prat a Montserrat Castells i Fuxó, ilustre arqueóloga catalana y más barcelonista que los patucos de Joan Gaspart. A pesar de la torneada silueta de la investigadora que acababa de dejar, Ramón se fijó en el rostro de Ayaso, “ezte é un famoso que no me acuerdo de quién é, zerá posible, pero por mi hüevo que si lo voy a zabé”. Un “¿está libre?” lo hizo dejar sus ensoñaciones detectivescas y siguió la faena del día que consistiría, si no había nada raro, en tres o cuatro carreras por la Diagonal, cinco carreras al aeropuerto y un par de timos a extranjeros del norte de Europa que bien entrada la noche los hacía recorrer tanto la Ronda Litoral como la Ronda de Dalt para visitar las céntricas Ramblas. Ya terminado su turno llegó a Cornellá y logró aparcar en uno de los pocos sitios que todavía no eran hora azul de la Carrer de Joaquim Rubio i Ors. Tuvo a bien tomarse una “servesita fría” en el bar de la esquina antes de que su mujer llamase a Radio Taxi para ver donde se había metido y aquel resquemor que seis hora antes le había martirizado unos minutos finalmente se apagó ; al final de la barra a lado del teléfono que todavía admitía monedas de cinco duros vio en el soporte de “CDs a 9,95” la cara de aquel misterioso personaje que lo llevaba intrigando todo el día. Dándose una palamda en la frente y ante la extrañeza del resto de bar, Ramón Jiménez exclamó ;“Pero como coño no mi di cuenta, si era el Asuquita!!!”. Con tal particular victoria moral sobre su dispersa memoria pagó la cerveza y se dirigió a su casa….

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