
Este asociacionismo de ideas hizo que su vena poética le asaltará cual resorte interno. Y en ese mismo instante, mientras las ambulancias recogían a los turistas malheridos y todavía aturdidos por la situación, sacó de uno de los muchos bolsillos que poblaban sus pantalones, una pequeña libreta de argollas. Y del bolsillo de su “nique” un bolígrafo “bic naranja ©” (porque todo lo que escribía el ilustre glosador era fino), y dejó correr su imaginación, plasmando sobre el papel cuadriculado los siguientes versos:
Hállabame yo en el templo de Karnak
cuando una infausta sonata de truenos de mi plácido sueño osó despertar.
Aunque la situación era desesperada
Mi viril miembro mucho más se excitaba.
Mi preciosa acompañante era catalana (de Barna)
y como decían los Siniestro, me bailaba en la arena la sardana.
Las estatuas, los escribas y los templos
nada tienen que envidiar a la “República do Termo”.
Keops, Kefrén y Micerinos
en la dorna naufragarían como niños en Ajiño.
Del templo de Amón no extraeré nada tan valioso
como un atardecer en Coroso.
Para qué he de volver a Egipto,
si yendo a Chicolino estoy en el mismo país
y de cigalas y albariño me pongo fino.
Tras el despliegue arrollador de rimas asonantes (a, b, a, b), el poeta se levantó, se enjugó una lágrima y se acercó a sus acompañantes, declamándoles su nueva obra e interesando su opinión al respecto.
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